Memorias de Blanquita.
De Cáceres a Burgos.
Escrito por Javier (Navegante), fechado el 13 de mayo de 2016.
Un merecido descanso y salimos del garaje del hotel donde hemos dormido, Javier parece cansado, y me dice:
- Tendrás que ayudarme hoy Barquita, he estado hasta tarde anoche estudiando el "roadbook", así que estoy cansado, pero seguiremos adelante. Pon atención que parece que hoy hay muchas curvas.
Estoy casi por protestar, pero cuando suavemente Javier enrosca el acelerador y partimos, me olvido de recriminarle y ponemos rumbo hacia el "parque cerrado", que no se lo que es, pero llegamos al mismo sitio de llegada de anoche, motos y mas motos para salir juntas y seguir el camino.
Un arco y las indicaciones de Miguel, según dice Javier pertenece al "staff" y ha hablado un par de veces con él, es simpático y nos da la salida avisando:
- ¡Este es el ceroooo!.
Buenas personas las que están por aquí y son del "staff", "buena gente". Parecemos una familia de desconocidos.
Salimos a carretera, es ancha y con grandes arcenes, con asfalto suave y cálido, entre tierras de labor, y monte bajo vamos pasando cerca de pueblos y villas, algunas las atravesamos y me fijo que algún que otro conductor se salta un paso de cebra, esto me hace sentir fatal, mi hermana parece triste, ella no tiene la culpa de que su dueño no sea mas educado y respetuoso, pero la verdad es que no se entiende que los humanos sean tan poco respetuosos para con sus propios hermanos, nosotras no somos así, pero no somos las que pilotamos y nada podemos hacer. Las maquinas no se deberían de emplear de esta forma, tenemos nuestro corazón y queremos ser respetuosas, ademas no hacemos daño, son los humanos los que no entienden esto...
Casi sin quererlo nos topamos con un mar de agua, es el rio Tajo y un gran embalse, la carretera merodea rondándolo como un gato temeroso de mojarse.
Seguimos a través de algunos cruces por carreteras bien asfaltadas, pero son mas estrechas y los arcenes también, nos dirigimos a "Las Urdes", en valles interminables, con escarpadas crestas a ambos lados de la carretera. Perecemos una bola en un surco, rodando suavemente hacia el horizonte. Como en un juego vamos entre arrullos del aire y susurros de arroyos, rodamos y rodamos, curvas amplias y rectas, entre dehesas y cercados de animales, las flores abanican el camino y una mezcla de olores sube hasta mis cilindros, es agradable poder respirar estos aires aromatizados.
Las carreteras se siguen estrechando y comienzan a desaparecer los arcenes, pasamos a terrenos mas abruptos y con mas monte, monte bajo entre curvas y según avanzamos el monte crece y las curvas se hacen mas cerradas y la carretera empieza a picar hacia el cielo. La "Peña de Francia" me dice en un susurro Javier y empiezo a engranar marchas cortas, curvas y mas curvas y por detrás se empieza a ver como se aleja el suelo y se acerca el cielo por delante. Hay muchas motos arriba y abajo, me he fijado que estamos en Salamanca, tierra de jamones, licenciados y grandes literatos. Parada en un alto y un pequeño descanso, el aire frio y húmedo hace que me estremezca, mientras se enfrían mis cilindros y me relajo un instante, Javier desaparece y me quedo sola en la compañía de un montón de hermanas.
Pasa un tiempo y vuelve Javier, tiene un brillo especial en los ojos, la mirada perdida entre el cielo y la tierra, despacio como en un ritual sube a mis lomos y en una especie de suspiro me dice:
- Hemos descansado un poco, un pincho caliente y un refresco y a por curvas. Directos al Museo de la Evolución Humana. Barquita, todavía queda mucho camino hoy, pero lo haremos juntos.
Un bronco espasmo recorre mi chasis y paso del silencio de la soledad en compañía al rumor burbujeante y alegre de las miles de explosiones de mis cilindros, suavemente empezamos la marcha y vamos avanzando como en un tobogán hacia el fondo del valle. Pinos, encinas, robles, algunas retamas, jérgenes y algunos espinos nos acompañan en este tobogán viviente.
Entramos en tierra de colinas y cerdos, paramos en Guijuelo, un poco de comida y continuamos viaje. El día acompaña a devorar kilómetros y poco a poco pasamos de las tierras abonadas de colinas uniformes a las grandes extensiones de la Tierra de Campos.
Empiezan llanos salpicados de montes que quisieran saltar al cielo, pero a base de los fríos y el aire están achaparrados y lisos. Interminables tierras de labor y de cuando en vez algunas viñas. Una parada en el Castillo de Cuéllar y después de un sello, eso me dice Javier, seguimos atravesando la población hasta su salida. Bonito pueblo este, Solo nos falta la adarga y una almaciga para ser Quijotes en esta aventura nuestra.
- Tierra de espirituosos, Barquita estamos entrando en las tierras del bajo Duero, vinos recios, sabrosos, carnosos por las uvas que se cosechan. En breve dejamos las anchas llanuras de Valladolid y otro paso más hacia la meta de Burgos.
Estas palabras me hacen sentirme como en tiempos de caballeros, ahora siento los caballos que corren por mi bastidor, relinchando en tropel, cabalgando juntos por estrechas carreteras asfaltas, rozando las espigas, los hinojos y la ahulagas de los bordes de los sembrados, como contenidos por el asfalto.
Tomamos largas carreteras, rectas, monótonas, como lineas en una cuadricula. Vamos avanzando y la tarde se prepara para despedirse. Poco a poco según avanzamos las luces empiezan a encenderse y a los lejos se ven tejados, unas lomas tapan las casas bajas, pero por la postura de Javier empiezo a pensar que estamos llegando, la presión de sus piernas ha desaparecido, y lleva bastante rato que parece no estar, como si fuera soñando. De pronto se acerca al deposito y en una caricia me susurra:
- Barquita, es tarde y la noche empieza a llenarlo todo con su negro manto, pero casi hemos llegado, estos últimos rayos de sol y entramos en Burgos. Llegaremos a parque cerrado en la entrada del Museo de la Evolución Humana, origen de muchas historias y final de muchas otras, pero vestigio de que llevamos muchos años siendo como somos ahora, poco ha cambiado.
Resuenan estas palabras en mi electrónica y casi en volandas entramos en el parque cerrado de Burgos. Javier se acerca a sellar y charlar con otros participantes en esta aventura. Poco después vamos en un corto trayecto y aparcamos en la calle, saca la maleta y desaparece a través de una puerta giratoria, no sin antes decirme:
- Descansa, mañana cuando salga el sol, también nosotros saldremos.